Un
viejo director de compañía en los años cuarenta, en un bar de las orillas,
solo. La compañía se ha desperdigado buscando un futuro más próspero. Cada uno
de sus actores es un motivo de evocación, un momento de recuerdo, el mapa de un
territorio desconocido donde la falta se torna motor del hacer.
La
obra plantea la actuación como una manera de traer al presente aquello que ya
no va a ser, un acto de resistencia frente al fracaso, a la soledad final del
artista, al que sólo le quedan sus artefactos, pequeños recursos para hacer
presente -en una noche de tormenta, contra un mostrador de estaño- un pasado
donde el éxito estuvo cerca, al alcance de la mano.
La
pieza es un relato de perdedores, de carentes, una épica mínima y, por lo
tanto, conmovedora, "El último espectador" se presenta ante las
miradas del público como un gesto de actuación frente al olvido.